martes, 13 de abril de 2010

Dijo "El Gran Dios Brown"

La idea de un ser omnipotente, creador del cielo y de la tierra, que protege a los que creen en su poderío, un Dios benévolo que todo lo puede y quiere, todo lo premia o castiga, porque todo lo ve posando su mirada cenital sobre sus queridos restos mortales, viene perdiendo fuerza desde hace siglos frente a una realidad de mundo cada vez más desamparada.
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Sin embargo, las personas, muchísimas, continúan creyendo. Y van de santo en santo, probando suerte con sus plegarias y exigiendo a sus intermediarios máxima celeridad en los trámites que les encomiendan (el colmo es la aparición furibunda de San Expedito, cuya fama se construyó haciendo de la rapidez su mayor virtud, algo así como un fast food de la Fe). http://es.wikipedia.org/wiki/Expedito
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¿Se puede reprochar algo a estos fieles que sostienen tanto ideológica como económicamente un Credo? ¿Es aplicable a todos los casos la célebre sentencia de Marx: “La religión es el opio de los pueblos”? En América Latina, ¿la religión no ha sido varias veces caldo de cultivo para revueltas que tuvieron por objeto lograr la felicidad real de un pueblo? ¿Cómo se explica el surgimiento de los curas tercermundistas y de la Teología de la Liberación? ¿Y si los creyentes están en lo cierto y los que están equivocados son los ateos, los herejes, los blasfemos, los indiferentes, los malditos marxistas-troskos-anarquistas que merecen ser quemados en la hoguera, a la vieja usanza?

¡Non sequitur! ¿A qué viene todo este farfulleo previo? Sucede que REVELACIÓN es una obra sobre religión que narra (el verbo no es antojadizo, si no me creen, vayan y vean) la apostasía de una mujer que decidió renegar de Dios al no soportar la pérdida de sus afectos. Un drama acerca de los motivos para abandonarse a una vida sin Fe, en un intento imposible por racionalizar lo que necesita ser irracional para perdurar porlosiglosdelosiglosamén.

En el texto de Agustina Gatto, dramaturga de dioses y tragedias, se ensaya una definición concreta, algo materialista si se quiere (¿se quiere?), de lo divino. “Dios es una relación, interviene siempre entre dos cosas”, dice la protagonista, y ejemplifica: “Cuando mi mano está por tocar a la vaca para exprimirla, es una ocasión de Dios. Hablarle a una estampita es de locos. Ordeñar vacas, no“. En otro pasaje, como si fuera una franciscana, aconseja a la humanidad toda: “Busquen en el agua, entre los ramajes, miren fijo al animal que tengan cerca: allí está Él. Justo en el medio de la naturaleza y el rezo, justo en el momento en que el agua toca cierta tierra, o justo cuando el animal está por pisar ese barro”.

Más sabia, eso cree ella, la mujer entiende que ya es tiempo de pasar a la acción conjunta. Entonces, la franciscana se vuelve anabaptista y el cisma acontece finalmente en esta puesta preparada con mucho acierto por la directora Tatiana Sandoval (en especial, en la escena de la riña de perros). Con ayuda del nuevo hombre que ha entrado a su vida, el otro, Juan, se fue a buscar a Dios por ahí, la mujer se anima a lanzar una cruzada mesiánica, todas las cruzadas lo son, contra la imaginería católica, que incluye desde interrumpir sermones desnudándose acompañada de un grito doloroso hasta requisar las casas de los vecinos para confiscar y destruir estampitas.

¿Tienen éxito en su lucha? No. Todo el pueblo los repudia. Y Dios tampoco les da una mano. Al contrario. Por eso, la mujer decide apostatar: “¡Te niego! Esta silla y esta mesa nunca te conocieron, ¡nunca! Nunca estuviste en ellas ni en ningún lado. ¡Rencor! Destruílas. Destruí la casa entera. No quiero nada. ¡Nada!”

De existir, el Paraíso tendría que estar reservado principalmente a personajes como esta mujer, o como Francisco de Asís (que prefirió mantener a su Orden mendicante al margen de las disputas por el poder de la Iglesia) o el primer Lutero (que se atrevió a denunciar el negocio de las indulgencias papales) o Thomas Müntzer (que pagó con su vida el haber intentado construir el Reino de Dios en la Tierra), porque con sus actos y pensamientos, de buena Fe, le dan contenido a ese concepto algo impreciso llamado libre albedrío. Dios, el del Nuevo Testamento, debería estar más orgulloso de ellos que de muchos feligreses que, por conveniencia, miedo, comodidad o indiferencia, jamás se atreverían a cuestionar públicamente nada que tenga que ver con Él o con quienes se arrogan su representación terrenal.

Ojalá (que quiere decir “y quiera Dios”, como bien apunta Gatto) que esta apóstata encuentre su recompensa en el más allá.

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